Espartanos, historia del rugby en una cárcel de Argentina

REDACCIÓN   13/11/2017

Fotos: Fundación Espartanos

Fotos: Fundación Espartanos

REDACCIÓN

La escena es similar a la del rey Leónidas en la película 300 (2007), cuando prepara a sus soldados para enfrentar a Jerjes, su antagonista persa. Sólo que en esta ocasión el que levanta el puño es el argentino Jesús, un reo de piel morena que cumple un castigo por varios robos con arma de fuego en el pabellón 8 de la Unidad 48 de la cárcel de San Martín, en Buenos Aires. También es tackle en el equipo interno de rugby, es el capitán y mide 1.50 metros de estatura. Un centenar de prisioneros escucha atento.

-¿Quiénes somos?

-¡Espaaartanos!

El ensordecedor ¡Aaau, aaau, aaau! se escucha en el patio interno, se cuela por los pasillos y llega hasta los otros pabellones, donde presos por asalto a mano armada y homicidio cumplen su condena. Todos los internos saben que se trata de los Espartanos, el equipo de rugby que se formó desde hace ocho años y que ha servido para que muchos hombres busquen una segunda oportunidad en sus vidas.

El que platica la historia es Pablo Glöggler, abogado y empresario argentino que aceptó la invitación de su amigo Eduardo Coco Oderigo para buscar un cambio en los internos por medio del rugby. Pablo, jugador de toda la vida y gigante de 1.95 metros de estatura, aceptó el reto de convertirse en coach, jugador ocasional y director ejecutivo de la Fundación Espartanos, la que toca cuatro puntos: el deporte, la educación, la espiritualidad y la formación para el empleo.

Coco Oderigo se asomó en una ocasión a la prisión de San Martín y pidió hablar con el director, le dijo que le gustaría hacer un equipo de rugby con los presos. El director se le quedó mirando y le pidió que volviera el martes, pensando que aquel tipo estaba loco y que no volvería. Coco regresó con varios balones de rugby y se plantó en el patio de tierra. El director no tuvo otra que llamar a varios reos y ponerlos frente al coach”, platica Pablo.

Aquella tarde Coco inició un torpe entrenamiento con 30 internos que utilizaban las manos para empuñar armas y no tenían idea del rugby y aquella manera de pasar la pelota, mientras un tipo mal encarado quería romperte los huesos. Fue en 2009 y hoy el equipo cuenta con 120 jugadores.

Pablo explica que “el premio para los 120 presos es jugar el próximo domingo en su cancha (El Coliseo) o tener la oportunidad de salir a enfrentar rivales en otras cárceles o clubes privados. Escogemos a 30, los que hayan mostrado mayor coraje, disciplina en la cancha y en su pabellón. Además deben de tomar clases de distintas materias e ir al rosario de los viernes”.

* * *

La primera vez que Pablo se asomó a la cárcel se mostró desorientado. “Los reos suelen mirarte de reojo, bajar la cabeza y guardar silencio. Yo me asomé al patio de tierra y varios me miraron a los ojos, me sonrieron, me abrazaron y me saludaron de beso. Uno de ellos me gritó: eh, grandote, ¿querés jugar?”

 

Amante del rugby (jugaba de centro) se acostumbró a visitar El Coliseo todos los martes, a ponerse la camiseta y jugar con Coco y los internos. Un patio de tierra y barro que se fue transformando en una de las cuatro mejores canchas sintéticas de este deporte que existen en el país sudamericano.

Un día nos visitó Gabriela Michetti, vicepresidenta de la nación, y nos preguntó: ¿ustedes juegan ahí?, ¿por qué no una sintética, si imposible es sólo un poquito más? Y los cambios llegaron junto a la fama del equipo. La cancha es sintética y se le conoce como El Coliseo. Ahí hemos enfrentado a la selección inglesa, no la de presos, y nos visitaron los Pumas de Agustín Pichot (capitán de la selección argentina de rugby en cuatro Copas del Mundo y bronce en Francia 2007)”.

Y, como en aquella película de futbol americano Golpe Bajo con Burt Reynolds (The longest yard, 1974), platica Pablo que “ya se dio un partido de rugby entre jueces y custodios contra los prisioneros. Ese juego se celebró en el Estadio Único de La Plata”.

Se le pregunta si los reos han visto la película. Comenta que “ésa y la versión de Adam Sandler, aunque prefieren la película Invictus y  la escena donde aparece el monstruo neozelandés llamado Jonah Lomu”.

De aquella película recuerda la frase del presidente Nelson Mandela, interpretado por Morgan Freeman: “No importa cuán estrecho sea el camino, ni cuán cargada de castigos la sentencia. Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma”.

Su favorito es el filme 300. “Los Espartanos no sienten frío, no sienten calor, no tienen hambre, ni dolor. Así se sobrevive en la cárcel”.

Pablo Glöggler ha perdido la cuenta de todos los presos que han jugado en El Coliseo y defendido la 'remera' del equipo. “Pero son tantas las ganas de seguir jugando, cuando quedan en libertad, que ya formamos un equipo de rugby para jugar fuera de las cárceles. Se llama EXpartanos”.

¿De todos los Espartanos, no ha salido algún Jonah Lomu argentino?, se le pregunta.

Él dice que tienen dos elementos que cumplieron sus sentencias y ahora juegan en Primera División. “Y hubo uno llamado Damián que es un auténtico Lomu, sólo que no le gusta entrenar”. Dos equipos lo quisieron contratar, Damián comentó: “claro, me asomo y juego en su equipo”. Pero cuando le dijeron que tenía que entrenar todos los días, respondió: “Ah, no. Entrenar, no”.

* * *

Los viernes, los Espartanos los dedican al rosario. Tienen su propia Virgen del Rugby, a la que le piden por los seres queridos que están afuera y porque los años de encierro se les hagan más llevaderos. “En el equipo no se les reduce la sentencia, pues tienen que pagar lo que hicieron. Pero todo lo que hacemos, el juego, la escuela, los rosarios y la formación para empleos, los hace mejores hombres cuando cruzan la puerta que los regresa a la sociedad”.

Según estadísticas de la Fundación Espartanos, sólo el cinco por ciento de los jugadores reinciden en los robos, mientras que entre los no Espartanos hay un 65 por ciento que vuelve al encierro.

Y es tal el asunto espiritual en el equipo que los Espartanos fueron invitados a El Vaticano para visitar al papa Francisco, sacerdote nacido en Buenos Aires y amante también del rugby. Además, el equipo tuvo la oportunidad de enfrentar a los reos de una prisión italiana.

Explica Pablo que “el Papa no comprendía cómo es que Jesús y Ezequiel (cumplen condenas por asalto a mano armada) compartían habitación en Roma con un juez y un custodio. Cuando se enteró que todos los que viajamos a visitarlo compartíamos cuartos, externó que eso se llama integración. También nos dijo: no se arruguen y sigan adelante”.

El que más cambió con la visita al papa Francisco, fue Jesús. El capitán del equipo, tackle y reo de 1.50 metros de estatura platicó con el Vicario de Cristo y éste le regaló un rosario bendito. “En el viaje de regreso, Jesús venía muy pensativo. Al aterrizar en Buenos Aires nos pidió se le permitiera hacer una pequeña visita”.

Aquel hombre flaco y de piel morena, acusado en varias ocasiones de asalto a mano armada, se metió a una tienda que había robado en muchas ocasiones. El tendero apenas lo vio, se puso pálido, fue a la caja registradora y le ofreció todo el dinero. Jesús le dijo: “hoy no vine a robarte, sino a pedirte perdón y a regalarte lo más preciado que me ha dado la vida”. Le entregó el rosario bendito y abrazó al asombrado tendero. Ambos se quebraron en llanto.

 

cva

 

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