Polvo

Gonzalo Oliveros   11/04/2017

Gonzalo Oliveros | Colaborador

Gonzalo Oliveros lleva más de tres lustros en la creación y producción radiofónica. Comenzó como parte del equipo creativo de NRM, de donde saltó...

NME -esa biblia de conocimiento musical para toda una generación- sacó la lista de discos perfectos de principio a fin.

En ella, "The Golden Age" de Woodkid se encuentra en el sitio 60 y, en la descripción, bien dice 'si no lo has escuchado, en serio te lo has perdido'.

Estuvimos a punto de perderlo en 2014.

La historia es así: cada año, intentamos poner algo distinto en el festival 212 de Guadalajara. En un inicio, intentamos poner algo popular y masivo. Lo hicimos con Los Ángeles Negros y, un año después, nos acercamos con los Tigres del Norte para que cerraran el festival. Don Jorge Hernández nos dio el sí y estaba entusiasmado. El dinero nos detuvo.

No, los Tigres no pedían grandes cantidades de dinero para estar en 212. Se vieron entusiastas, generosos y solidarios. No obstante, no logramos cubrir los gastos de logística y producción necesarios: 212 es un festival que gasta todo el dinero en infraestructura y que no vive de los altos presupuestos de gobierno. Sus patrocinadores son diversos y no nos colgamos de la venta de alcohol para poder subsistir. No, no termina por ser el gran negocio que sus críticos creen, pero dormimos tranquilos los que trabajamos en él. Tranquilos como para poner de nuestro dinero si es necesario.

-En más de una ocasión, yo he pagado vuelos y rides de bandas, acción que replican otros como Jair o Pablo. Algunos más, debo decirlo, se desentienden: 212 es su pretexto para emborracharse o fornicar. Allá ellos-.

Al año siguiente, intentamos con Los Ángeles Azules. los contactamos a ellos y su productor -el gran Camilo Lara- aun antes de que se presentaran en el Vive Latino. La conexión con ellos fue inmediata. Hasta la fecha, considero a ellos amigos y cómplices y, sí, verdaderos Ángeles que salvaron el festival en su momento de mayor crisis luego de la gran tormenta.

En 2014, insistí en traer a un ícono del sonido de RMX. Alguien que se acercara a nuestra idea de cambio y vuelta de tuerca a tendencias y actitudes que muchos creían debían ser el sonido de nuestra audiencia y nuestra estación. Mientras algunos estaban anquilosados con una melodía arrastrada desde los noventa, yo insistí en traer a Woodkid.

Se convirtió de una tarea muy difícil a algo casi imposible. Woodkid pedía requerimientos técnicos muy específicos sobre iluminación y video: sus luces eran escasas en el país y el proyector debía tener características full HD que muchos pasan por alto, él no.

Contratamos a un equipo de producción que insistía, primero, en que conseguir dichos requerimientos era imposible y, al consultar con otro proveedor, ocultó información.

Por fin, parecía que todo estaba aclarado. Nunca tomamos en cuenta el factor incertidumbre y la mentira.

Woodkid -o el Sr. Lamoine- y su equipo llegaron al aeropuerto de la Ciudad de México en la terminal uno. Tercer mundo al cabo, atrasaron la salida de equipo y maletas y perdieron la conexión a Guadalajara. A duras penas, su manager de nombre Nicholas pudo comunicarse conmigo. La línea aérea hizo todo lo posible para NO subirlos en el siguiente avión. Peor aun, para que se perdiera el vuelo completo con el fin de tener que comprar toda una nueva ruta que saldría en 500 mil pesos extras, un dinero que no tenía el festival.

Durante la noche y la madrugada, debimos maniobrar vía remota para encontrarle al grupo francés habitación y alimento. Al mismo tiempo, se le enviaron fotografías del equipo montado para su actuación.

Las luces eran falsas y el proyector no era el solicitado.

Así, la negociación se complicó en todos los sentidos: había que conseguir nuevos aviones y negociar con la aerolínea para que hicieran validos los vuelos de regreso a Francia. Al mismo tiempo, convencer a la banda que el equipo, aunque pirata, podía funcionar.

Al llegar a Guadalajara, el equipo técnico se encontró con mayores dificultades, ya que no existían cables de conexión entre su equipo y el instalado. Un cable insignificante paraba todo.

"No cable, no video, no show" fue la consigna. Solo existía un cable en toda la ciudad y no había nadie que pudiera enviarlo desde Ciudad de México.

La tensión era máxima. Por fin, 15 minutos antes de la prueba final, llegó el equipo requerido.

Woodkid tuvo una de las mejores actuaciones de su carrera. 100 mil personas corearon sus canciones y conectaron con el músico de forma íntima, con esa intimidad que causa la comunión de una idea por encima de la comercialización.

Nadie -de hecho, ni siquiera los miembros del grupo de comunicación al que pertenezco- creían que fuera a tener ese impacto.

Nadie a excepción de nosotros. Siempre hemos creído en el gran logro que es ofrecer arte en lugar de basura.

Platicó esto porque viene esa etapa del año donde no solo debemos decidir qué queremos en 212, sino que queremos en RMX. Hay quienes desean una estación cerrada, con sonidos del pasado y complaciente con sus gustos personales -limitados, atrasados, caducos-; otros desean cosas comercialmente atractivas pero que no causan la gran diferencia cultural y cívica que inspira al festival.

Yo, como siempre, quiero apostar por eso que, con el paso del tiempo, envejece tan bien que puede ser considerado como casi perfecto. Eso que te diferencia siempre.

Puede ser que, al final, pierda esa idea y gane -en 212 y en RMX- el capricho de unos más comprometidos con ellos que con ustedes. Créanme: yo confío más en mi axioma de mover las cosas a futuro. Futuro que solo se construye con ustedes.

Que así sea.

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