T. S. Eliot, el verdadero arte de la crítica
DEMIAN ERNESTO 04/01/2018

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DEMIAN ERNESTO
Criticar no es sustentar una opinión propia. Criticar no es especular ni lanzar palabras desinformadas. Ser criticón o un empecinado no es ser un crítico. Criticar es construir, o en determinado caso, destruir lo necesario, pero siempre con la necesidad de avanzar hacia otro paraje, es decir, criticar es trascender.
En literatura lo anterior se torna más complicado. La relación entre creador y crítico se ha tornado históricamente tensa. A la mayoría de los escritores les repele siempre, un poco, ser cuestionados o sobreanalizados, tal como expresó Arthur Rimbaud: "Mi poesía no es para criticarse, es para leerse". Aunque hay que decirlo, este recelo tampoco es arbitrario, muchos críticos literarios se han empecinado por fundamentar su vida en, literalmente, joder la vida y obra de ciertos autores.
Pero el crítico siempre ha de ser necesario, para reconocer lo racional en aquel momento "inconsciente" de la creación estética, tal como lo aseveraba Julio Cortázar en su relato El Perseguidor. Este punto ha sido de buena forma comprendido y consensado por una buena cantidad de escritores, críticos y creadores. De entre los hombres de letras del siglo pasado que siguieron con afición a la poesía y su momento reflexivo, que es la crítica, Thomas Stearns Eliot (San Luis, Misuri; 26 de septiembre de 1888 - Londres; 4 de enero de 1965), fue uno de los que alcanzaron mayores avances en sus posiciones y teorías.
Eliot, principalmente reconocido por su poema "La tierra baldía" ("The waste land"), legó una nueva forma de concebir la crítica literaria. Estableció un sistema didáctico y dinámico, tanto para aficionados como para hombres de letras reconocidos. Fue el mismo Octavio Paz quien reconoció la profunda influencia de Eliot y su implacable crítica en su propia obra; Paz, por cierto, ejerció de igual forma una crítica literaria fundamental y severa.
Abril es el mes más cruel: engendra lilas de la tierra muerta, mezcla recuerdos y anhelos, despierta inertes raíces con lluvias primaverales.
Eliot fue un erudito (especialmente de las letras inglesas, deslumbraba por sus conocimientos), estableció en su forma de criticar una máxima: criticar es comparar. Y para comparar, es necesario conocer lo más posible, o diría Bob Dylan, tal vez: "No critiques lo que no conoces". Pero tal vez fue su condición de poeta la que le permitió acceder a rincones inhóspitos, que no cualquiera puede reconocer.
Eliot sabía que hacer un poema, un cuento, una novela, implicaba algo más que sentarse a escribir ocurrencias. Sabía diferenciar y enseñar a diferenciar, la buena literatura de la mala. Y es que sí, así como podemos ver una pésima o excelsa película, también podemos encontrar literatura mediocre ante obras de alto valor. Empero, para reconocer ello es necesario sentarse a reflexionar, buscar un poco más de lo que se ve a simple vista.
Eliot nos enseñó a pensar lo que leemos. Y además, principalmente, nos dejó un legado poético que representa la modernidad inglesa de la literatura en sus tonos más altos. Fue un irruptor del mundo. Sus lecciones dan pie no sólo para reinterpretar la manera en que tomamos los libros, sino para cambiar la vida.
Motivos sobran para rememorarlo y regresar a sus páginas, para disfrutar de su exquisita literatura, enorme erudición y por supuesto, sus mensajes del alma. La belleza, decía Eliot, es un mensaje del alma.
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