Rock 101: 24 horas al día y 24 horas a la noche...

Óscar Campos   26/06/2018

Óscar Campos

Ha escuchado radio desde que recuerda: pasó horas de infancia y adolescencia cerca de una bocina oyendo de todo, desde La Hora Exacta hasta Radio Variedades....

Cuando la casualidad manda no hay nada que hacer.

Cada cierto tiempo intento recordar cuál fue el primer disco de mi vida. No el que me regalaron (uno de Yoshio, 45 RPM, en un intercambio navideño -lo juro-), no el que me compré (A Night at the Opera), sino cuál es el primer disco que aparece en mis recuerdos.

A veces creo que una colección de fundas amarillas, música clásica, de PROMEXA. La vendían en Aurrerá a razón de uno por semana. O tal vez fue otra colección similar, álbumes dobles, también de PROMEXA/Aurrerá, dedicada a la historia de la música mexicana, que iba desde Lucha Reyes hasta Yuri, de la Sonora Santanera hasta Pedro Vargas.

Ambas colecciones están en el clóset de mi padre. O creo que siguen allí. Allí también estaba un tocadiscos portátil de caja verde seco: allí ponía los elepés y los escuchaba una y otra vez. Mucho de mi gusto actual viene de esos años.

Pero, regresando al tema: ¿qué disco cambió mi vida? Uno que no era mío.

Le gustaba a mi mamá, le gustaba al mayor de mis hermanos. Y yo, a los 10 u 11 años, lo escuchaba una y otra y una y otra y una y otra vez. Cuatro tipos en la portada, un bigotón al frente. Yo no sabía quienes eran, pero sí podía entender que eran capaces de abrir una presa desbordante en mi corazón, música como agua para nadar, música como un huracán.

Era este disco:

Cuando te encuentras a Queen, ¿cómo puede gustarte Timbiriche (la música que, supuestamente, debería normar a los adolescentes de mi generación)? Cuando entiendes un mensaje perfecto y se te abre un escenario inmenso, lleno de colores y animales y lujos, ¿cómo puedes conformarte con Cocorito-que-gigante-tan-bonito?

***

Yo nací en febrero de 1971, en tierra de nadie. Nací cuando el sueño ya se había terminado.

Nací cuando no existían los dos Everests de mi experiencia musical: The Beatles se odiaban a morir, Queen no era ni proyecto. Quizás por eso busco y busco incesamentemente algo que me falta y que no me tocó. Quizás por eso tanta nostalgia.

Quizás por eso a la altura de 1985 mi estación de radio favorita era Radio-Quinientos-Noventa-La-Pantera-Grouauaaaaauuu y en una de esas interminables mañanas o tardes escuché un promo que decía (más o menos):

“Informamos a nuestro auditorio que nuestra estación hermana Rock 101, en el 100.9 de FM, está fuera del aire temporalmente por motivos de fuerza mayor. Pronto reanudaremos transmisiones.”

Hice lo obvio: sintonizar el 100.9 de la FM: silencio.

A lo largo de los días siguientes se volvió una obsesión para mi: sintonizar el 100.9 de la FM y encontrar silencio. Hasta un domingo por la tarde.

Cuando la casualidad manda no hay nada que hacer. Poder escuchar algo por fin en una frecuencia bautizada “Rock 101” y que sea una canción poco conocida de tu banda favorita, algo que ni remotamente hubieras esperado encontrar en la radio…

Sí: fue amor a primera escucha.

****

Era una grabadora plateada, Panasonic, grande. Botones grandes: play, pause, RWD, FWD. Y un botón con un círculo rojo.

Me sentía astuto e inteligentísimo por tener el detallado conocimiento para grabar un cassette, para saber con gran precisión cómo espotearlo, entender bien de qué lado había que meterlo. Oprimir REC. Dejar que alguna reacción química hiciera su magia.

Grabar. Y después perder lo grabado. Grabar y regrabar hasta que el sonido se convertía en la versión auditiva de un mazacote.

Entender con precisión de alquimista las diferencias entre AM y FM. Aceptar el opaco sonido de la AM como quien ahora acepta el escracheo de un elepé. Sintonizar la FM buscando la posición precisa de la antena para escuchar a alguien decir al aire: “no oigo radio mexicana, sólo vía satélite” cuando le preguntaron qué opinaba de Rock 101.

¿Qué opinaba yo de Rock 101?

No sé.

No opinaba: sólo sentía y me dejaba asombrar.

***

Rock 101 fue la grieta en el muro que nos rodeaba en los años ochenta. El muro de la familia, de la escuela, de los temores adolescentes...

el muro cultural, el que nos separaba del mundo y no dejaba que llegaran conciertos ni discos...

el muro creado por cantantes y artistas plásticos, superficiales o, francamente, adultos; lejanos...

el muro de Siempre en Domingo y lo que se suponía que debíamos escuchar. Cómo debíamos ser.

Por esa grieta se coló el mundo. La luz que entró nos iluminó más por dentro que por fuera y nos transformó, sin necesidad de movernos. Todos esos países y lugares mágicos a los que nunca podría ir, ciudades de nombres exóticos y fantásticos, tan inalcanzables que, obviamente, debían ser inventos de la imaginación de alguien: Londres, New York, París, Buenos Aires...

Esas palabras se transformaron en música a la menor provocación. Y cuando no sabes qué esperas, lo que escuchas en la radio es exactamente lo que necesitas.

Y esos viajes… ¿Ir a Berlín y ver el Muro? Imposible. Pero escuchar a una excantante de ópera que atravesó la cortina de hierro y se dedicó a destrozar comodidades en alemán… eso sí.

 

¿Dublín? ¿Qué era Dublín sino una ciudad fantástica detrás de un embravecido lago esmeralda? Pero escuchar a cuatro jóvenes gritando en el nombre del amor… eso sí.

 

¿Madrid? ¿Buenos Aires? Inventos de una mente enloquecida tras caminar por un desierto interminable, espejismos previos a la muerte. Pero conocer el mítico nombre jamás escuchado de Charly García interpretado por Miguel Ríos y saber que esos nombres y hombres eran importantes, intuir… eso sí.

Y todo a través de una grabadora en un cuarto con cuatro camas, oscuro, templado, aislado.

Perfecto.

****

Rock 101 fue un milagro, de esos que llegan en el momento que los necesitas. Lo fue para mí y para miles y miles como yo, amigos que no habíamos sido presentados, que seguimos unidos a esos recuerdos y a esas épocas. Amigos de todos tipos, profesiones, caracteres... 

La radio te une incluso cuando estás solo: te hace pertenecer.

Eso es lo que importa: como solía decir Luis Gerardo Salas: la radio es lo que sucede entre canción y canción. Con el tiempo te das cuenta de que eso, lo que sucedía, te marcaba para siempre.

Es tan cierto hoy como hace 34 años: un 1 de junio de 1984 que empezó sonando así:

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