Polvo

Gonzalo Oliveros   17/04/2017

Gonzalo Oliveros | Colaborador

Gonzalo Oliveros lleva más de tres lustros en la creación y producción radiofónica. Comenzó como parte del equipo creativo de NRM, de donde saltó...

Llegó a mí un artículo que publiqué en mi muro de Facebook en estos días de asueto. En él, Mark Stern de Slate refiere como hay una razón poderosa para que la música que escuchamos en nuestra adolescencia tenga esa referencia afectiva tan potente. "La nostalgia musical -dice- no es un fenómeno cultural: es un comando neurológico".

Hay un libro que se llama "This is your Brain in Music" -parte importante de mi biblioteca particular junto con el más reciente libro de Daniel Levitin- que aborda con mayor profundidad el tema: nuestro cerebro segrega dopamina y serotonina a partir de los acordes que refieren a momentos únicos, que marcaron nuestro desarrollo para bien o para mal.

De ahí que los programas de catálogo -como Audiorama o el famoso Clásico de Tania García- tengan esa referencia tan marcada hacia un sector de la audiencia. Es como la trampa, terrible, de las estaciones de "Adulto Contemporáneo", de forma velada, esos conceptos sentencian al oyente a entender que los mejores años de su vida (esos que buscaban el rompimiento y el cambio de paradigmas por mejores condiciones globales) han muerto y debe conformarse con el status quo, el papel que el destino fatal le ha asignado en la sociedad.

Así, buscan a los locutores de su adolescencia y se aferran a las canciones que les hablaban de ideas mejores, aunque sus intérpretes y autores "hayan traicionado" el ideal al ser ahora "comerciales" o "políticos".

"¿Dónde dejaron el rock?", preguntan ante la extrañeza de una realidad transmutada.

La verdad es que ese rock cambió y algunos se aferran al pasado.

Difícilmente encontraremos en las mismas estructuras musicales alto que sorprenda. Lennon, Townshend, Bowie, Plant y Page, Strummer, Bono, Smith, Stipe, Cobain, Los Gallagher, Albarn, Rolands y Simmons, Banghalter, Moby y hasta Butler han marcado generaciones que, hoy, reniegan de lo que la radio o las famosas playlist sugieren como música de ruptura.

Cierto, mucho de lo que hoy se escucha es papel tapiz como lo fue parte de la música disco o eso que Technotronic o Milli Vanilli sostenían como la vanguardia -desconfíen de quién, hoy en día, aún tenga algo de ellos en su acervo: seguro es un embustero-, pero hay cosas que serán, sin duda, camino hacia nuevas vertientes musicales que reflejen una sociedad llena de divisiones, conflictos y mentiras; de políticos oportunistas y mercadólogos facciosos. Hoy, la pesca está lista para encontrar esa perla negra en un mar de ostras, algunas llenas de tinta.

Por eso, cuando sientan que una canción se repite en demasía o que no tiene las guitarras que esperan para demostrar rebeldía hagan está doble reflexión: será verdad ello o es que estoy entrando en esa zona de confort donde lo de antes -géneros, ritmos, canciones, artistas- son lo que me liga a lo que quería ser y, hoy, no lo he logrado y, por último, no debería darle una última oportunidad a eso que debería hacerme segregar más serotonina.

Antes de que se hagan viejos, escuchen la verdad en la interpretación de Kamasi Washington. Tal vez, ahí, esté eso que aún siguen buscando.

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